martes, 13 de septiembre de 2011

Indisciplina: ¡Sálvese quien pueda!



Fernández Rosado, D. (2006): Indisciplina: ¡Sálvese quien pueda! En “Gibralfaro” (UMA) Año V. Número 41 - p.10.
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Ni en la LOGSE ni en la LOE queda expuesta alusión alguna a la disciplina como parte fundamental, como medio y como resultado de la educación del alumno en su proceso de convertirse en persona. Esto es un error inmenso y parece que ni se sospecha su ausencia (lo que es peor).

La disciplina no debería tener connotaciones negativas, como más de uno podría pensar, sino que es, por parte del educador, un recurso importantísimo de metodología pedagógica y, por parte del educando, un deseable fin: la autodisciplina. La disciplina no es la perdida de libertad para cumplir con los deseos de la autoridad. En realidad es un medio para potenciar el aprendizaje y para hacernos realmente libres pues, aquel que tiene autodisciplina, se puede liberar de esclavitudes como el capricho, la pereza o el conformismo;  a la vez puede valerse  de esta (la disciplina) para potenciar al máximo sus propios recursos; tiene en su mano un poder de valor incalculable: hacer lo que se propone, cumplir sus ilusiones, ir en busca de sus deseos y, este camino, desde luego, hace de la persona un ser satisfecho de sí mismo, más feliz.

De esta manera tenemos dos formas de entender la disciplina: la primera es el recurso que puede aplicar el educador y que permite hacer más provechoso el aprendizaje del alumno en su periodo formativo (desde Primaria hasta donde tenga la fortuna de llegar) y la segunda la asimilación, de la propia disciplina, por parte del alumno, que la podemos llamar “autodisciplina”. Hablemos de la primera forma: la disciplina aplicada por el educador.

La falta de disciplina generalizada en el ámbito académico ha convertido (literalmente) al aula en un campo de batalla.

¿Qué es la disciplina aplicada por el educador?
Tal vez, lo primero, sería aclarar que “educador” es aquella persona (significativa en la educación del alumno) que, a través de su comportamiento (incluido lo que dice), transforma la experiencia de otra persona, la guía y la orienta. Así, un educador no solo es el maestro o el profesor sino también lo son en gran medida los padres y/o tutores del alumno; dejaremos otras influencias en la formación del alumno para otra ocasión (amigos, TV, etc.). Son, entonces, estas dos instituciones (educadores públicos y padres) los encargados de aplicar la disciplina como parte indispensable de la educación de nuestros hijos.

Aplicar la disciplina es, en líneas generales, proponer unos objetivos (límites mínimos) que hay que cumplir (por convención, necesidad o por ley);  luego marcar una serie de normas para su consecución y, a la vez, hacer una supervisión de su cumplimiento. Algunos  ejemplos de disciplina son las normas que se ponen en casa (a la hora de comer, de llegar a casa, de horario de estudio, de ducharse o hacerse la cama, etc.), valga como ejemplo el caso siguiente: 1- (Límite/objetivo): que nuestro hijo tenga un hábito responsable sobre el horario de salidas, de dormir y levantarse temprano; 2- (Normas): Antes de las 20:30 hay que estar en casa; 3- (Supervisión) –aquí es donde se comete la mayor parte de errores-: aplicar consecuencias lógicas por incumplimiento de la norma o premiar, si es el caso, su cumplimiento.

Otro ejemplo de aplicación de disciplina es el cumplimiento de las normas de comportamiento (en su mayoría implícitas) que han de darse dentro de un aula. Hablemos de esta última.

 Las diferentes instituciones no llegan a un acuerdo sobre cómo orientar el sistema educativo y parece que nadie asume el papel que le toca. La victima: el jóven.


¿Por qué hay indisciplina en el aula?
Las causas podrían pensarse que son complejas pero, créanme, la educación que han recibido en sus hogares, añadiendo la falta de consecuencias lógicas (negativas claro) para el alumno cuando supera los límites del civismo y (en el aula) los limitados recursos de los que dispone el profesor para resolver estos conflictos, son las causas por las que se mantendrá el problema de la indisciplina.

Actualmente hay mucha confusión y desconocimiento acerca del tema de la disciplina. Por una parte, todos estamos de acuerdo en que la disciplina se ha perdido en gran medida en nuestros jóvenes y que sería deseable aplicarla frecuentemente y con convicción. Pero, por otra parte, todos evitan llevar esto a cabo: los padres dicen que eso es cosa de los profesores y estos que es cosa de los padres. Entonces, todos se unen para echar las culpas al Gobierno del Estado, por sus nefastas leyes educativas… y así, pues, va pasando el tiempo y nuestros jóvenes crecen en el más absoluto caos hedonista y superfluo (“en río revuelto…”). Convertidos en unos caprichosos maleducados, inmaduros e irresponsables, vampiros de los derechos e ignorantes de los deberes. Así es.

 Todos piensan más en sus propios intereses que en la propia educación. Educar necesita de muchos recursos e implicación. ¿Aceptará cada parte su responsabilidad o seguiremos lanzando balones fuera?


¡Sálvese quien pueda!
Y que bien se siente uno echándoles la culpa de todo a los jóvenes. Pero no nos engañemos: los irresponsables son quienes, viendo esto, no hacen nada por arreglarlo. Los jóvenes son lo que hemos hecho de ellos, queramos admitirlo o no. Y no es que esa fuera nuestra intención, no. Nosotros no hacemos las leyes, ni los animamos a levantar la voz al profesor en clase, ni programamos lo que se proyecta por la televisión… pero si los que, poniéndonos mil excusas, los dejamos solos para luego quejarnos de ellos. La dejadez y el desinterés, el egoísmo, el “arréglatelas tú”, el “yo voy a lo mío”, el “no es mi responsabilidad” o “no tengo tiempo”, el “es tu deber”, etc.… eso es lo que ellos han aprendido de nosotros, los “responsables” de su educación. Y somos incapaces de reconocernos en ellos porque eso es demasiado duro. Estos jóvenes han aprendido bien y, como es natural, nos han superado con creces, como nosotros nos superamos generación tras generación. Lo fácil que es ver la paja en el ojo ajeno…

Diría algo más: aplicar la disciplina en la educación es muy difícil, por eso nadie se quiere hacer cargo. Se necesita de una formación específica, no especialmente larga ni complicada pero que pocos tienen. Por esto considero fundamental la formación de los educadores (padres y profesores) en este recurso pedagógico (la disciplina) y su inclusión en la Ley Orgánica de Educación como pilar de la metodología pedagógica. Si nadie se mueve que nadie se queje. Los que podemos hacer algo miramos hacia otro lado o buscamos alguien indefenso a quien echar la culpa.

Que cada cuál se haga cargo de su deber como educador, con aviso especial para los padres. Educar a los hijos requiere necesariamente de tiempo, paciencia y mucho “amor” (atención sincera hacia nuestros hijos). Así que los niños deben ser educados, primordialmente, por sus padres para que luego, en las escuelas, se les de una formación cultural y profesional por parte de maestros y profesores, que también educan, pero que no deben asumir la responsabilidad que corresponde a los padres (ni viceversa). Convertir a los niños en personas educadas y responsables no es tarea fundamental de los profesores sino de los padres. La falta de disciplina no es la causa de los problemas sino el resultado de una mala educación.

Nos quejamos de la generación de la televisión pero, ¿quién si no los ha acompañado cuándo estaban solos?

Educar a los padres para educar a los hijos.
Los padres tienen hijos porque pueden, no porque puedan o sepan educarlos. Y esto seguirá siendo así durante mucho tiempo, creo. De esta manera habría que buscar el modo de formar a los padres (como educadores fundamentales) en la ineludible responsabilidad que tienen hacia sus hijos. ¿Esto es posible? Podría serlo pero, ¿quién, cuándo y cómo se va a llevar esto a cabo? Me intriga cuál será la solución que se le dé a esta problemática social. Los resultados los veremos en el curso de estos años (5, 10… no sabría decirles). ¿Será alguien capaz de coger al toro por los cuernos?

En la actualidad está aumentando el número de padres que demandan formación “como educadores fundamentales” y hasta es difícil encontrar plaza en estos cursos. Y es que, cada vez más, los padres comprenden la necesidad de una formación continua en su labor de educar a sus hijos y buscan en estos cursos una información que les de una nueva perspectiva. Necesitan, los padres, escuchar que los demás tienen los mismos problemas (lo que genera cierta tranquilidad) e informarse acerca de cómo afrontar los problemas cotidianos a la vez que comprender los diferentes retos a los que se enfrenta a medida que sus hijos van superando etapas evolutivas (hasta que se van de casa más o menos).

En realidad llegará el momento, si es que no es ya, en que la gran mayoría de los padres acudan a cursos en los que, entre otras cosas, aprendan a aplicar la disciplina. De la misma manera en que hoy se forma a padres y madres en el cuidado de los primeros meses de vida de sus bebés, es fundamental ser buenos padres el resto de la vida de los jóvenes. Pero claro parece que si el niño está alimentado (sobrealimentado frecuentemente), apuntado en el cole (privado si se puede), y ocupado (con deberes, actividades extraescolares) están cubiertas todas sus necesidades y no podrían tener motivos para quejarse. 

No somos capaces de admitir que algunos jóvenes son el reflejo caleidoscópico de nuestras propias actitudes.

¿Pero, cómo va a tener problemas Luisíto?, ¡si lo tiene todo!”.
Pues por eso señores. No les cuesta nada tener lo que tienen, son materialistas y con razón pues les hemos enseñado que tienen derecho a pedir lo que les corresponde tan solo por el hecho ser hijos nuestros (teléfono móvil, las tres consolas de última moda –sin olvidar la de bolsillo-, la ropa pija, el viaje a Euro Disney, el cochecito electrónico o lo que nos pidan vamos….). Y si somos comprensivos y sabemos que no es bueno mimarlos pues solo les damos lo que piden cuando ya no aguantamos más ese perturbador (aaandaaaaa, papá….andaaaaa, venga… -entre lloros y pataletas-). “¡Anda, toma niño!”…. y por fin se cierra el círculo. Esto es, el niño ya sabe que tiene que hacer para conseguir lo que se propone: ser más pesado que sus padres. Si el niño se sale con la suya, aunque solo sea para que se calle o nos deje en paz, le habremos dado una lección inolvidable y, por supuesto contraproducente. El niño se convierte en un pequeño monstruo, un tirano y de manera insospechada y sutil comienza a manipular a sus padres hasta esclavizarlos. ¿Cómo sorprenderse entonces por que haya indisciplina… e incluso malos tratos hacia de estos a sus padres…? Pensarán que soy exagerado. Tal vez.

Y es, en los primeros años de la infancia, cuando se comienza a fraguar la indisciplina que, años más tarde uno no logra ver su origen. Pero no es fruto del azar, ni surge espontáneamente. Se aprende desde los primeros años de vida, se afianza con nuestra colaboración, muchas veces inconsciente, y finaliza en el mejor de los casos en indisciplina. ¿El remedio?... ¿Aun no lo saben?


Bibliografía:

- Álava Reyes, M. J. (2002): “El NO también ayuda a crecer: cómo superar momentos difíciles de los hijos y favorecer su educación” Ed. La esfera de los libros S.L. Madrid.
- Goleman, D. (1998) “Inteligencia emocional” Ed. Cairos. Barcelona
- Savater, F. (2004) “El valor de educar” Ed. Ariel. Barcelona.

VIDEO RELACIONADO:
Iñaki Gabilondo metiendo el dedo en la llaga con su habitual maestría:

En torno al concepto de "Inteligencia Emocional"

  
Fernández Rosado, D. (2006): En torno al concepto de Inteligencia Emocional” En “Gibralfaro” (UMA) Año V. nº 45 - p.10

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«No somos responsables de las emociones, pero sí de lo que hacemos con ellas.»
JORGE BUCAY

A
pesar del continuo uso y abuso de la etiqueta “inteligencia emocional”, poca gente sabe de dónde procede tal término y qué es lo que realmente queremos decir cuando aplicamos esa etiqueta. En este breve artículo, inspirado en las investigaciones de Zaccagnini (2006) en tal sentido, intentaremos aclarar un poco el conocimiento de este constructo conceptual.

La historia
Como nos aclara Zaccagnini (2004), los investigadores P. Salovey y J. D. Mayer fueron los primeros en bautizar, en 1990, con el nombre de “inteligencia emocional” al constructo que luego analizaremos con más detalle. Estos autores trabajaban en el contexto de la Psicología Educativa y utilizaron el nombre de inteligencia emocional (IE a partir de ahora) para referirse a un tipo de habilidad de gestión de las emociones que distinguía (en dicha investigación) a niños que, pese a no tener un cociente intelectual (CI) muy elevado, alcanzaban, sin embargo, excelentes niveles de rendimiento académico y de relaciones sociales. Quienes poseían una alta IE, por tanto, tenían un éxito (académico y social) superior a los de otros compañeros de CI más elevado. Dejaba así de asociarse la capacidad intelectual con el éxito (al menos en lo académico y social).

Las investigaciones resolvieron que para tener éxito en el medio escolar, ya no bastaba con tener buenas habilidades cognitivas, como las que miden las clásicas pruebas de CI, sino que se necesitaban habilidades de “gestión emocional” orientadas tanto al manejo de las propias emociones como a las de los demás. De hecho, la importancia que estas habilidades emocionales tenían, finalmente, eran más importantes de cara al expediente que el propio nivel de conocimiento académico. Los mismos autores han seguido trabajando para mejorar esta teoría y el concepto de inteligencia emocional (Mayer y Salovey, en 1997), que se define como “una habilidad de gestión de los estados emocionales que incluye su percepción, comprensión, manejo y utilización constructiva”.

Ya en 1995, Daniel Goleman, un psicólogo y periodista, hace mundialmente famoso el concepto de IE. Publica en ese año un libro titulado, precisamente, Inteligencia emocional. En principio, se trataba de un libro de divulgación en el que el autor reunió datos de muy diversos campos, desde la Neuropsicología a la Psicología del Trabajo, pasando por la Psicología de la Personalidad, la Psicología Infantil y la Psicología Social, entre otras disciplinas, para hablarnos de la importancia del papel de la gestión de las emociones en la eficaz orientación del propio comportamiento en la vida cotidiana. Pero, en poco tiempo, este libro se convirtió en un best-seller de enorme éxito comercial, a pesar de la dificultad de comprensión que presenta la lectura de algunos de sus capítulos.
Lo que está de moda ahora no son las emociones, que siempre han existido, sino un cambio en la forma de interpretarlas

El abuso y aprovechamiento de la IE
Desde entonces, el uso y el abuso del concepto de inteligencia emocional se ha generalizado tanto en el ámbito académico como en los textos de divulgación psicológica y autoayuda. Sin embargo, en palabras del propio Zaccagnini, “si se analiza toda esa amplia cantidad de textos que utilizan la etiqueta IE en el título y/o en el desarrollo de sus contenidos, comprobaremos que lo único que tienen en común todos ellos es, precisamente, que dicen reivindicar las emociones como algo relevante”, es decir, la mayoría de esos textos se suman a la ‘moda’ de lo emocional, señalando que es importante tener en cuenta los estados emocionales, propios y ajenos, de cara al desarrollo de nuestro comportamiento cotidiano.

El problema se plantea cuando intentamos averiguar qué es exactamente lo que hay que hacer con las emociones para mejorar nuestra vida, porque entonces nos encontramos con que una gran mayoría de esas propuestas bien no terminan de clarificar qué o cómo se hace eso, o bien proponen ideas que no son nuevas en absoluto, ya que ofrecen modelos anteriores, basados en mecanismos psicológicos no emocionales en los que, eso sí, se ha introducido la etiqueta IE con el fin de actualizarlos.

Lo realmente importante de la IE es que nos explica cómo la gestión de las emociones está relacionada con la capacidad de orientar eficazmente nuestro comportamiento en la vida cotidiana


¿Cuál es entonces la teoría de la que fiarnos?
Sin duda, nos ofrecerán más garantías las propuestas teóricas que partan de las investigaciones que originalmente desarrollaron Salovey y Mayer y que, posteriormente, ha sufrido variaciones y ha recibido aportaciones de esos autores y de otros asociados a ellos. Referencias en la literatura española son autores como Fernández-Berrocal y Ramos-Díaz (2004) y Zaccagnini (2004). Ésa será, por tanto, la versión que habrá de considerarse más genuinamente como IE.

En su formulación actual, siguiendo la línea indicada, la IE se plantea como un conjunto de habilidades que nos permiten realizar eficientemente las siguientes tareas:

1. Percibir adecuadamente los estados emocionales, asumiéndolos como tales y expresándolos adecuadamente.
2. Comprender correctamente la naturaleza de esos estados emocionales.
3. Regular esos estados emocionales, impidiendo sus efectos negativos y aprovechando sus aspectos positivos.
4. Ser capaces de hacer lo mismo con los estados emocionales de los que nos rodean.

Una definición, por tanto, para la IE, propuesta por los propios autores originales, es la siguiente: “La IE es un conjunto de habilidades que explican las diferencias individuales en el modo de percibir y comprender nuestras emociones. Más formalmente, es la habilidad para percibir, valorar y expresar emociones con exactitud, la habilidad para acceder y/o generar sentimientos que faciliten el pensamiento, para comprender emociones y razonar emocionalmente, y, finalmente, la habilidad para regular emociones propias y ajenas” (Mayer y Salovey, 1997; p.10).

Actualidad y relevancia de la inteligencia emocional.
A pesar del riesgo que supone estar de moda para quedar desacreditado, el constructo IE es absolutamente innovador y sólido, quizás porque responde a demandas reales del contexto. Como ya se ha argumentado “lo que está de moda ahora no son las emociones, que siempre han existido, ni su importancia en la elaboración del comportamiento, que siempre ha sido reconocida, sino un cambio en la forma de interpretarlas” (Zaccagnini, 2004).

Prácticamente, desde siempre, las emociones han sido asociadas a estados psicológicos negativos que debían ser reprimidos, desfogados, controlados e incluso eliminados. Actualmente se propone dar una nueva perspectiva, un giro copernicano hacia su versión positiva y aprovechar la buena gestión emocional para orientar el comportamiento.

Esta es la razón por la que existe actualmente en Psicología la moda de utilizar las emociones en positivo. Pero tal moda responde a una urgente necesidad de aumentar las capacidades de autocontrol emocional de niños y jóvenes, profesores y padres, los conductores acelerados e impulsivos, dependientes emocionales y sus respectivos maltratadotes... De este modo ha devenido más una demanda social que un fruto del afán innovador academicista.

Por otra parte, cabe señalar que, recientemente, en el campo de la que se ha venido a llamar Psicología Positiva (Seligman, 2000, 2003), ha aparecido un interés orientado en la línea de trabajar la utilidad de las emociones positivas, donde, por fin, parece haber cabida para un estudio serio de la felicidad, en vez de estudiar la infelicidad (clásica investigación en Psiquiatría).

Para tener éxito en el medio escolar, ya no bastaba con tener buenas habilidades cognitivas, sino que se necesitaban habilidades de "gestión emocional" orientadas tanto al manejo de las propias emociones, como al manejo de las emociones de los demás


¿Qué importancia tiene la IE en el ámbito académico? ¿Y en nuestra vida en general?
Parece fundamental, y hoy más que nunca, el desarrollo de habilidades de la IE en nuestros alumnos para sobrellevar no sólo los contratiempos y la competitividad que desde la formación académica se les exige a nuestros estudiantes, sino también, y más importante si cabe, para tener una vida plena y feliz, a la vez que exitosa, en el ámbito laboral, personal y social.

La formación de estas capacidades emocionales debe estar adscrita al currículo integral del centro para su mejor implementación; ha de estar basada en un modelo de habilidades aprobado por la comunidad científica en el exclusivamente se fomenten estas competencias emocionales y dejen total libertad y creatividad a los alumnos para utilizarlas en el momento y modo adecuado. Desde los centros escolares se puede hacer uso de algunos de los programas comentados en el texto y, tras una adecuada formación previa sobre el tema en cuestión, implicar a todo el personal.

Y cómo no extrapolar esta necesaria formación en IE al ámbito de la docencia universitaria. En Magisterio, podemos formar ya a nuestros alumnos en este importante constructo, que ya ha dejado de ser mera charlatanería para convertirse en una teoría fundamentada, y tener siempre en cuenta que los beneficios de un buen desarrollo de la IE no dejan de ser inestimables para conseguir contrarrestar los efectos perjudiciales de una sociedad en la que se fomentan la inestabilidad, la competencia, y en la que cada día son más frecuentes los trastornos emocionales y las agresiones (físicas o verbales) en los centros educativos.

Recae, en fin, sobre nosotros la responsabilidad de poner empeño y dedicación en renovar y actualizar los programas y fomentar la educación emocional, que es lo que en el momento actual parecen necesitar más los alumnos, sin menospreciar, desde luego, por ello los contenidos fundamentales de su formación e información académicas.

VIDEO RELACIONADO


PARA SABER MÁS:
EXTREMERA, N. y FERNÁNDEZ-BERROCAL, P. (2002): Autocontrol emocional. Ed. Arguval, Málaga.
FERNÁNDEZ-BERROCAL, P y RAMOS-DÍAZ, N. S. (2004): Desarrolla tu inteligencia emocional. Ed. Kairós, Barcelona.
FERNÁNDEZ-BERROCAL, P. y RAMOS- DÍAZ, N. (2002): Corazones inteligentes. Ed. Kairós, Barcelona.
GOLEMAN, D. (1995): Inteligencia emocional. Ed. Kairós, Barcelona, 1996.
MARINA, J. A. (2004): La inteligencia fracasada: Teoría y práctica de la estupidez. 7.ª ed., Ed. Anagrama, Barcelona.
ZACCAGNINI J. L. (2004): Qué es inteligencia emocional. La relación entre pensamientos y sentimientos en la vida cotidiana. Ed. Biblioteca Nueva. Madrid.
ZACCAGNINI J. L. (2006): Usos y abusos de la inteligencia emocional, Infocop, 27.

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