Indisciplina: ¡Sálvese quien pueda!
Fernández Rosado, D.
(2006): “Indisciplina: ¡Sálvese quien pueda!”
En “Gibralfaro” (UMA) Año
V. Número 41 - p.10.
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Ni en la LOGSE ni en la LOE queda expuesta alusión
alguna a la disciplina como parte fundamental, como medio y como resultado de
la educación del alumno en su proceso de convertirse en persona. Esto es un
error inmenso y parece que ni se sospecha su ausencia (lo que es peor).
La disciplina no debería tener
connotaciones negativas, como más de uno podría pensar, sino que es, por parte
del educador, un recurso importantísimo de metodología pedagógica y, por parte
del educando, un deseable fin: la autodisciplina. La disciplina no es la
perdida de libertad para cumplir con los deseos de la autoridad. En realidad es
un medio para potenciar el aprendizaje y para hacernos realmente libres pues,
aquel que tiene autodisciplina, se puede liberar de esclavitudes como el
capricho, la pereza o el conformismo; a
la vez puede valerse de esta (la
disciplina) para potenciar al máximo sus propios recursos; tiene en su mano un
poder de valor incalculable: hacer lo que se propone, cumplir sus ilusiones, ir
en busca de sus deseos y, este camino, desde luego, hace de la persona un ser
satisfecho de sí mismo, más feliz.
De esta manera tenemos dos formas
de entender la disciplina: la primera es el recurso que puede aplicar el
educador y que permite hacer más provechoso el aprendizaje del alumno en su
periodo formativo (desde Primaria hasta donde tenga la fortuna de llegar) y la
segunda la asimilación, de la propia disciplina, por parte del alumno, que la podemos
llamar “autodisciplina”. Hablemos de la primera forma: la disciplina aplicada
por el educador.
La falta de disciplina generalizada en el ámbito académico ha convertido (literalmente) al aula en un campo de batalla.
¿Qué es la disciplina aplicada por el educador?
Tal vez, lo primero, sería aclarar
que “educador” es aquella persona (significativa en la educación del alumno) que,
a través de su comportamiento (incluido lo que dice), transforma la experiencia
de otra persona, la guía y la orienta. Así, un educador no solo es el maestro o
el profesor sino también lo son en gran medida los padres y/o tutores del
alumno; dejaremos otras influencias en la formación del alumno para otra
ocasión (amigos, TV, etc.). Son, entonces, estas dos instituciones (educadores
públicos y padres) los encargados de aplicar la disciplina como parte
indispensable de la educación de nuestros hijos.
Aplicar la disciplina es, en
líneas generales, proponer unos objetivos (límites mínimos) que hay que cumplir
(por convención, necesidad o por ley);
luego marcar una serie de normas para su consecución y, a la vez, hacer
una supervisión de su cumplimiento. Algunos
ejemplos de disciplina son las normas que se ponen en casa (a la hora de
comer, de llegar a casa, de horario de estudio, de ducharse o hacerse la cama,
etc.), valga como ejemplo el caso siguiente: 1- (Límite/objetivo): que nuestro
hijo tenga un hábito responsable sobre el horario de salidas, de dormir y
levantarse temprano; 2- (Normas): Antes de las 20:30 hay que estar en casa; 3-
(Supervisión) –aquí es donde se comete la mayor parte de errores-: aplicar
consecuencias lógicas por incumplimiento de la norma o premiar, si es el caso,
su cumplimiento.
Otro ejemplo de aplicación de
disciplina es el cumplimiento de las normas de comportamiento (en su mayoría
implícitas) que han de darse dentro de un aula. Hablemos de esta última.
Las
diferentes instituciones no llegan a un acuerdo sobre cómo orientar el
sistema educativo y parece que nadie asume el papel que le toca. La
victima: el jóven.
¿Por qué hay indisciplina en el aula?
Las causas podrían pensarse que
son complejas pero, créanme, la educación que han recibido en sus hogares,
añadiendo la falta de consecuencias lógicas (negativas claro) para el alumno
cuando supera los límites del civismo y (en el aula) los limitados recursos de
los que dispone el profesor para resolver estos conflictos, son las causas por
las que se mantendrá el problema de la indisciplina.
Actualmente hay mucha confusión
y desconocimiento acerca del tema de la disciplina. Por una parte, todos
estamos de acuerdo en que la disciplina se ha perdido en gran medida en nuestros
jóvenes y que sería deseable aplicarla frecuentemente y con convicción. Pero,
por otra parte, todos evitan llevar esto a cabo: los padres dicen que eso es
cosa de los profesores y estos que es cosa de los padres. Entonces, todos se
unen para echar las culpas al Gobierno del Estado, por sus nefastas leyes
educativas… y así, pues, va pasando el tiempo y nuestros jóvenes crecen en el
más absoluto caos hedonista y superfluo (“en río revuelto…”). Convertidos en
unos caprichosos maleducados, inmaduros e irresponsables, vampiros de los
derechos e ignorantes de los deberes. Así es.
Todos
piensan más en sus propios intereses que en la propia educación. Educar
necesita de muchos recursos e implicación. ¿Aceptará cada parte su
responsabilidad o seguiremos lanzando balones fuera?
¡Sálvese quien pueda!
Y que bien se siente uno echándoles
la culpa de todo a los jóvenes. Pero no nos engañemos: los irresponsables son
quienes, viendo esto, no hacen nada por arreglarlo. Los jóvenes son lo que
hemos hecho de ellos, queramos admitirlo o no. Y no es que esa fuera nuestra
intención, no. Nosotros no hacemos las leyes, ni los animamos a levantar la voz
al profesor en clase, ni programamos lo que se proyecta por la televisión… pero
si los que, poniéndonos mil excusas, los dejamos solos para luego quejarnos de ellos. La dejadez y el desinterés, el
egoísmo, el “arréglatelas tú”, el “yo voy a lo mío”, el “no es mi responsabilidad” o “no tengo tiempo”, el “es tu deber”, etc.… eso es lo que ellos
han aprendido de nosotros, los “responsables”
de su educación. Y somos incapaces de reconocernos en ellos porque eso es
demasiado duro. Estos jóvenes han aprendido bien y, como es natural, nos han
superado con creces, como nosotros nos superamos generación tras generación. Lo
fácil que es ver la paja en el ojo ajeno…
Diría algo más: aplicar la
disciplina en la educación es muy difícil, por eso nadie se quiere hacer cargo.
Se necesita de una formación específica, no especialmente larga ni complicada
pero que pocos tienen. Por esto considero fundamental la formación de los educadores
(padres y profesores) en este recurso pedagógico (la disciplina) y su inclusión
en la Ley Orgánica
de Educación como pilar de la metodología pedagógica. Si nadie se mueve que
nadie se queje. Los que podemos hacer algo miramos hacia otro lado o buscamos
alguien indefenso a quien echar la culpa.
Que cada cuál se haga cargo de
su deber como educador, con aviso especial para los padres. Educar a los hijos
requiere necesariamente de tiempo, paciencia y mucho “amor” (atención sincera
hacia nuestros hijos). Así que los niños deben ser educados, primordialmente,
por sus padres para que luego, en las escuelas, se les de una formación
cultural y profesional por parte de maestros y profesores, que también educan,
pero que no deben asumir la responsabilidad que corresponde a los padres (ni
viceversa). Convertir a los niños en personas educadas y responsables no es
tarea fundamental de los profesores sino de los padres. La falta de disciplina
no es la causa de los problemas sino el resultado de una mala educación.
Nos quejamos de la generación de la televisión pero, ¿quién si no los ha acompañado cuándo estaban solos?
Educar a los padres para educar a los hijos.
Los padres tienen hijos porque
pueden, no porque puedan o sepan educarlos. Y esto seguirá siendo así durante
mucho tiempo, creo. De esta manera habría que buscar el modo de formar a los
padres (como educadores fundamentales) en la ineludible responsabilidad que
tienen hacia sus hijos. ¿Esto es posible? Podría serlo pero, ¿quién, cuándo y cómo
se va a llevar esto a cabo? Me intriga cuál será la solución que se le dé a
esta problemática social. Los resultados los veremos en el curso de estos años
(5, 10… no sabría decirles). ¿Será alguien capaz de coger al toro por los
cuernos?
En la actualidad está aumentando
el número de padres que demandan formación “como educadores fundamentales” y
hasta es difícil encontrar plaza en estos cursos. Y es que, cada vez más, los
padres comprenden la necesidad de una formación continua en su labor de educar
a sus hijos y buscan en estos cursos una información que les de una nueva
perspectiva. Necesitan, los padres, escuchar que los demás tienen los mismos
problemas (lo que genera cierta tranquilidad) e informarse acerca de cómo
afrontar los problemas cotidianos a la vez que comprender los diferentes retos
a los que se enfrenta a medida que sus hijos van superando etapas evolutivas
(hasta que se van de casa más o menos).
En realidad llegará el momento,
si es que no es ya, en que la gran mayoría de los padres acudan a cursos en los
que, entre otras cosas, aprendan a aplicar la disciplina. De la misma manera en
que hoy se forma a padres y madres en el cuidado de los primeros meses de vida
de sus bebés, es fundamental ser buenos padres el resto de la vida de los
jóvenes. Pero claro parece que si el niño está alimentado (sobrealimentado
frecuentemente), apuntado en el cole (privado si se puede), y ocupado (con
deberes, actividades extraescolares) están cubiertas todas sus necesidades y no
podrían tener motivos para quejarse.
No somos capaces de admitir que algunos jóvenes son el reflejo caleidoscópico de nuestras propias actitudes.
“¿Pero, cómo va a tener
problemas Luisíto?, ¡si lo tiene todo!”.
Pues por eso señores. No les
cuesta nada tener lo que tienen, son materialistas y con razón pues les hemos
enseñado que tienen derecho a pedir lo que les corresponde tan solo por el
hecho ser hijos nuestros (teléfono móvil, las tres consolas de última moda –sin
olvidar la de bolsillo-, la ropa pija, el viaje a Euro Disney, el cochecito
electrónico o lo que nos pidan vamos….). Y si somos comprensivos y sabemos que
no es bueno mimarlos pues solo les damos lo que piden cuando ya no aguantamos
más ese perturbador (aaandaaaaa, papá….andaaaaa, venga… -entre lloros y
pataletas-). “¡Anda, toma niño!”…. y
por fin se cierra el círculo. Esto es, el niño ya sabe que tiene que hacer para
conseguir lo que se propone: ser más pesado que sus padres. Si el niño se sale
con la suya, aunque solo sea para que se calle o nos deje en paz, le habremos
dado una lección inolvidable y, por supuesto contraproducente. El niño se
convierte en un pequeño monstruo, un tirano y de manera insospechada y sutil
comienza a manipular a sus padres hasta esclavizarlos. ¿Cómo sorprenderse entonces
por que haya indisciplina… e incluso malos tratos hacia de estos a sus padres…?
Pensarán que soy exagerado. Tal vez.
Y es, en los primeros años de la
infancia, cuando se comienza a fraguar la indisciplina que, años más tarde uno
no logra ver su origen. Pero no es fruto del azar, ni surge espontáneamente. Se
aprende desde los primeros años de vida, se afianza con nuestra colaboración,
muchas veces inconsciente, y finaliza en el mejor de los casos en indisciplina.
¿El remedio?... ¿Aun no lo saben?
Bibliografía:
- Álava Reyes, M. J. (2002): “El
NO también ayuda a crecer: cómo superar momentos difíciles de los hijos y
favorecer su educación” Ed. La esfera de los libros S.L. Madrid.
- Goleman, D. (1998) “Inteligencia
emocional” Ed. Cairos. Barcelona
- Savater, F. (2004) “El valor de
educar” Ed. Ariel. Barcelona.
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